Hace ya varios años, una amiga me llamó llorando, su perro Max, un pastor alemán, había contraído moquillo. ¡¡¡Terrible enfermedad!!!
Pero ese no era el motivo del llanto ni de su desesperación, si no que su esposo, mientras ella estaba en el trabajo, había tomado la decisión de dormirlo y cuando ella llegó, su cachorro ya estaba muerto.
- ¡¡No tenía derecho a hacerlo sin consultarme!!! Gritaba.
- No me dió la oportunidad de despedirme de él, me gritaba sollozando.
Yo, ajena en aquellos años a la alegría de tener una mascota y al dolor de perderla, solo la escuchaba en silencio sin atinar a decir nada.
Los años, me enseñaron las dos cosas, el júbilo del amor incondicional de una mascota y el dolor profundo de verlas partir.
Alenka, por siempre ♡
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